Teatro ,cines
En el Gran Teatro del Liceo
Reposición de la ópera ‘La Gioconda’, de Amilcar Ponchielli
Anoche se repuso en el Liceo la ópera ‘La Gioconda’, de Amilcar Ponchielli, de cuyo fallecimiento se cumple este año el 75 aniversario. Este compositor italiano recobra ahora actualidad por ser el autor del ‘Himno a Garibaldi’, el famoso general aventurero que tanto contribuyó con sus hechos de armas a forjar la unidad italiana, cuyo primer centenario está celebrando Italia, y se dispone a conmemorar también la distinguida y numerosa colonia italiana en nuestra ciudad, con diversos actos, que culminarán en la gran fiesta que la ‘Casa degli Italiani’ ofrecerá en breve en los salones del Ritz.
Amilcare Ponchielli, nacido en Padermo Fasilari (Lombardia), el 16 de enero de 1886, estudió en el conservatorio de Milán y luchó mucho para abrirse camino, dirigiendo una modesta banda en Piacenza y después en Cremona, donde logró estrenar su primera ópera, ‘I. Promessi Sposi’, según la obra de Manzoni, y que fue también la primera que de él se representó en Barcelona en el antiguo Teatro de Novedades (1875), no dejando rastro alguno. No sucedió así con ‘La Gioconda’, sin duda su obra maestra, que no han logrado mejorar sus óperas posteriores, entre las que figura una sobre tema español, titulada ‘Los moros de Valencia’, y que fue terminada por Artur Cardora, estrenándose en Montecarlo en 1914.
‘La Gioconda’, estrenada con gran éxito en la Scala de Milán en 1876, se dio en el Liceo por primera vez el 26 de febrero de 1883, siendo sus intérpretes principales Magdalena Mariani-Massi, Eva Treves, Julia Novelli Sani, Santi Athos y Paoletti. Gustó extraordinariamente, pese a lo espeluznante de su argumento y a sus absurdos convencionalismos, o quizá por lo mismo, dado el gusto del público en aquel tiempo. Aunque el título de la obra trae a la memoria a la enigmática dama napolitana inmortalizada por el magistral lienzo de Leonardo de Vinci, esta ‘Gioconda’ de Ponchielli no tiene nada que ver con aquella bellísima mujer, esposa de Zanobi del Giocondo, cuya figura, por otra parte, ha sido rodeada por un ambiente de leyenda y de misterio, plasmado en otra ópera, ‘Mona Lisa’, de Max Schilling, que estrenó su propio autor en el Liceo, durante la temporada 1928-29. Ambas óperas coinciden sin embargo, en situar la acción en un trágico Carnaval de Venecia. La música de Schilling es muy superio a la de Ponchielli, pese a lo cual su ópera apenas se ha representado después de su estreno.
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La interpretación de anoche fue bastante correcta y homogénea, pese a las circunstancia de que los dos protagonistas, la soprano Caterina Mnachini, que hacía su presentación en el Liceo, y el tenor Flaviano Labó, ya ventajosamente conocido, se hallan aquejados de sendas indisposiciones gripales. La primera, si bien no pudo dar de sí todo lo que correspondía a la fama que goza en Italia, hizo una ‘Gioconda’ amorosa y apasionada, poniendo su voz, de amplio timbre y flexible registro, al servicio de sus evidentes dotes de actriz dramática. (…)
El tenor Flaviano Labó, pese a su dicha indisposición, logró impresionar al público con su voz de claro timbre, amplia vibración y muy (…)
En cuanto al popularsimo ballet ‘La Danza de las Horas’, presentado con brillantez y luminosidad en todos sus detalles, dio ocasión a un nuevo lucimiento artístico de la bailarina estrella Aurora Pons, ágil y alada en unas evoluciones que requieren gran virtuosismo técnico, mientras su oponente, Miguel Navarro, estuvo ágil y seguro en sus vueltas rápidas y saltos. Muy graciosa en movimiento Antoñita Barrera, y exquisitas Asunción Aguadé y Cristina Guinjoan, cumpliendo de modo excelente todo el cuerpo de baile. Llena de aciertos y de buen gusto la coreografía de Juan Magriñà. A subrayar la lograda ambientación de los decorados de Mnofrini y el lujo del vestuario de Cornejo.
El maestro Wolf-Ferrari evidenció una vez más su dominio en el acoplamiento de la escena con la Orquesta Sinfónica del Liceo, cuya correcta labor estuvo a tono con la de los cantantes y bailarines. Para todos hubo nutridos y prolongados aplausos del numeroso público.
Manuel R. De Llauder